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lunes, 5 de junio de 2017

HUMILDE DEFERENCIA

Siempre he considerado la deferencia como un acto imprescindible en el rito de las interacciones para una convivencia amable.

Vivimos en un mundo que por “h” o por “b”, tendemos a mostrar nuestro lado individualista como reflejo de un egoísmo exacerbado. Pero si lo pensamos fríamente  ser deferente es una muestra  de respeto y cortesía, tener en consideración al otro con el que se comparte el trajín humano y todas las consecuencias que se citan en el contexto de la interactuación. 

Al mismo tiempo la actitud deferente tiene que ver con el respeto, la observancia y la consideración.

La deferencia es una actitud que demuestra conocimiento tanto personal como para los demás precisamente porque se basa en el valor social positivo que una persona reclama efectivamente para si por medio de la línea que los otros suponen que ha seguido durante  determinada relación o simplemente contacto.

Definir la deferencia es definir un término abstracto y relativo al mismo tiempo, en cuanto que la deferencia es el acto consciente de que los otros poseen un patrimonio de valor positivo en una  forma  como mínimo igual a la que nosotros consideramos para nosotros mismos.

Ser conscientes del significado de deferencia, es tener muy claro que es un comportamiento de consideración hacia el otro o, mejor todavía, hacia el amor propio de los demás. 

Cuando practicamos  la deferencia nos hallamos en el momento más culminante de respeto a una persona, y por extensión al acontecimiento cotidiano de irnos humanizando, llenándonos de un  sentimiento de  compasión, que  posee un protagonismo absoluto en este instante radicalmente humano. 

Ser deferentes  es practicar la imperfección de la humanidad y en el fondo no se trata de desatender la reprobación de una mala conducta, o de silenciar una crítica o  de acallar una disensión en un escenario de disparidad de puntos de vista, sino de no rellenar ni la apreciación ni la crítica ni la disensión, con expresiones afiladamente lacerantes por muy merecedor que sea de ellas nuestro destinatario. 

En definitiva la deferencia deriva a la consideración como actitud, no solo al otro, sino también a nosotros mismos, pues la mejor manera de preservar el amor propio entendido como auto respeto y como la concentración de la dignidad que toda persona posee por el hecho de ser persona, es preservar el amor propio de los demás. 

Ferrán Aparicio
5 de junio de 2016