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jueves, 15 de junio de 2017

INSPECCIÓN TÉCNICA PERSONAL

Cuando hablamos de ITV, todos sabemos o nos resuena que estamos hablando de la inspección técnica de vehículos, al igual pasa con la ITE, inspección técnica de edificios, pero se me ocurre si no deberíamos empezar a pensar en pasar por una inspección técnica personal, al menos cada dos años, para revisar nuestros mecanismos de supervivencia y estado de las piezas y engranajes que nos hemos creado y diseñado para el correcto funcionamiento de nuestra vida.

Vivir el momento, parece ser es  nuestra misión diaria, pero no es ardua tarea, ya que resulta más complejo de lo que parece pues nuestra mente ha de luchar contra su tendencia natural  de ir  de una idea a otra y de pasar  de un tiempo a otro, del pasado al presente y del presente al futuro.

Dicen los expertos en materia, que estar en el presente no es algo natural, es una acción que hay que ajustar como de un mecanismo se tratara, pues nuestro propio cerebro siempre está planificando y mirando hacia el futuro y al mismo tiempo  conectado con el sistema límbico, en estado de alerta que en relación a las experiencias vividas nos conecta con el pasado, por lo que nos resulta difícil concentrarnos en el presente, en nuestro momento, en  tu momento que es tuyo e intransferible.

La necesidad de una inspección  técnica personal radica en  poder controlar la velocidad de traspaso de tiempos sin abandonar el presente, porque la única cosa que podemos vivir es este instante, lo denominado de alguna forma abstracta presente, que en menos de un segundo ya ha pasado al pretérito.

Un mecanismo de regulación es recuperar el estado  de consciencia temporal como regulador de la velocidad del sonido de nuestra mente que constantemente nos está traspasando con ideas, sentimientos y emociones, de un lado hacia otro de nuestra proyección temporal.

Al margen de ser felices que es uno de los objetivos que  estadísticamente y mayoritariamente tenemos todos los humanos, aspiramos a tener un poco de paz interior por lo que surge la necesidad de pararse a pensar en ello para tomar consciencia de la velocidad en que vivimos, pues lo que está claro es que vivir deprisa no es vivir , sino  sobrevivir y se lo digo por mi propia experiencia.

Al final del camino todo quedará en una anécdota desde la consciencia a la inconsciencia de haber llegado al final del camino sin saborear ninguna de las experiencias que nos están sucediendo, como empujados por una fuerza  que nos impide bajar el ritmo, por lo que les animo a darle a su vida una dimensión temporal adecuada, pues yo ya lo estoy intentado.

Ferrán Aparicio
15 de junio de 2017