Después de haber llegado de un viaje maravilloso, solo me queda que expresar desde el corazón aquello que decía mi querido amigo, tocayo y admirado Fernando Pessoa: "La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos."
Y
es que todas las ciudades hermosas deberían tener una ruta ideal para llegar a
ellas. Como decía también mi otro amigo imaginario, Italo Calvino en su libro las ciudades invisibles (Le città
invisibili), los viajes son una experiencia para llegar a las ciudades donde
debería existir una puerta de entrada que dirigiera al viajero hacia el
lugar donde posar sus ojos por primera vez. A partir de ahí, el extranjero
podría ser libre y sumergirse en las calles, en las atmósferas, en las sombras
y en los recovecos encontrados por azar.
De
esa forma nuestro viaje podría ser fundado en un recuerdo: el del asombro de
aquella primera vez, de aquello que desconocía y de una forma mágica apareció en su presencia. La verdad que ya no
es así , si bien se asemeja bastante. Hoy en dia tenemos la posibilidad de adentrarnos
en nuestros destinos a través de los
medios de información telemática e informática, pero lo que no podemos sentir,
es aquello que no vemos, tocamos o experimentamos a través de nuestros cinco
sentidos.
Por
desgracia, las ciudades modernas se atomizan y ya no queda una única ruta, ni
una única puerta, ni un guardián a la entrada que nos guíe. Quedan estaciones,
aeropuertos, carreteras... todas iguales en cualquier parte del mundo. Todas
diseñadas por el mismo burócrata pragmático y sin alma. Son rutas que nos
llevan directamente hasta el hotel donde hemos hecho la reserva y no al corazón
de la ciudad. Rutas inhumanas. Pero podemos seguir siendo libres para soñar,
para arrojar nuestras maletas encima de la cama y lanzarnos a la calle a
encontrar ese lugar que la leyenda dice que nos está esperando. Para perdernos,
preguntar y sentir miedo y excitación ante lo desconocido.
Para terminar viendo
la ciudad con la mirada virgen de la niñez, y las personas que han viajado
conmigo lo pueden corroborar, llega un momento donde te desinhibes de lo
circunstancial, solo tienes hambre de ver y experimentarlo todo, sin miedos ni
precauciones.
Todos
los destinos son ciudades,
la ciudad de lo grande y
lo pequeño, de lo épico y lo íntimo... y además, la ciudad de la noche, la más bella del
mundo cuando se marcha el sol, son ciudades invisibles donde no se
encuentran ciudades reconocibles.
Pero
al final de un viaje, lo que queda es la
mezcla de lo moderno y lo tradicional, que hacen que el manido cliché de ciudad
real o imaginaria, sea el punto de encuentro entre Occidente y Oriente y sea una acertada manera de describir la ciudad
en pocas palabras, simplemente a través de un viaje, el viaje de tu existencia.
Ferrán Aparicio
20 de diciembre de 2016