EL DOLOR DEL
ALMA
Hay estudios
que confirman que el ser humano no puede vivir sin una cuota de displacer o
malestar y es que parece ser que existe un mecanismo en nuestra psiquis que
regula la cuota de malestar que todo ser humano puede aguantar o en su caso
tolerar.
Cuando
somos conscientes que rondamos esta zona
retornamos a un estado que podríamos definir como placentero y que evita
el sufrimiento.
Cuando en
cualquier caso sobrepasamos cierta dosis
de malestar se rompen por regla general ciertas barreras de defensa y nuestra
mente experimenta lo que llamamos dolor, que cuando no es físico puede ser lo
que algunos autores definen como dolor del alma.
Pero sin ánimo
de cuestionar fenómenos de intensidad de los dolores más difíciles de abordar,
los más peculiares son los llamados dolores
del alma.
Cuando
nos duele el cuerpo tenemos una referencia concreta al origen que produce el
dolor y si no lo buscamos a través de nuestros matasanos, que nos dan una
referencia concreta del posible origen, sin embargo cuando el dolor es psíquico
siempre suele ir acompañado de una tristeza asténica que genera estar
susceptible ante los hechos de la vida
cotidiana, haciéndose todo más pesado y menos llevadero, lo que antes era una
alegría ahora parce como que una nube, una sombra hubiese cubierto tu vida.
Otro de
las datos que todos hemos podido observar o analizar a nuestro alrededor es el
hecho de que el dolor del alma es difícil de cuantificar, solo la persona que
lo siente, sabe hasta dónde y cómo le
duele.
Este dolor
aparece ante ciertos hechos, actos acontecimientos, desencuentros, pensamientos
o simplemente vivencias de manera que la
persona que se siente acosada por el dolor, se siente insegura incluso con
miedo a la nada y en este sentido son los factores que cuantifican el grado del
dolor.
Una de las causas más comunes y donde mejor se
detecta este tipo de dolor es en la perdida de los seres queridos, algo común a
todos los humanos y que independientemente del grado de parentesco, relación o
identidad, más nos afecta. Pero la verdad es que pasado nuestro propio luto con
algo de esfuerzo y voluntad, se puede llegar a sobrellevar, siempre y cuando la
persona tenga una identidad sostenida en otros valores y no exclusivamente en
la pérdida de algo de alguna forma egoístamente querido.
Lo mismo
sucede con el amor, cuando nuestra necesidad de amor sólo colma a una persona,
nos arriesgamos a si la perdemos a caer en el abismo del desamparo y la
perdición, aunque sólo sea de una manera sentimental.
El dolor
de vivir sin embargo responde a una formula cotidiana que tiene que ver de cómo somos los
mortales y de tener consciencia que aquí
estamos de paso, reconociendo cada día cuando amanece como que el mundo existía antes de que nosotros apareciéramos
en él.
Pensar la vida desde la globalidad
es asociarla de alguna manera al dolor, pero también a la alegría los
proyectos, al amor ya tantas y tantas cosas
que resulta definir una formula general para la inteligencia colectiva.
En
cualquier caso hay dos fórmulas para vivir la vida, independientemente de los paréntesis
de dolor, de una manera alegre o de una manera triste y les aseguro que vivir con cierta alegría incluso sin
ataduras no es mala fórmula para evitar en la mayor manera los dolores del
alma.
Ferrán Aparicio
10 de mayo de 2016
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