El otro día, Día de
todos los Santos, por tradición,
voluntad y cierta alevosía, decidí ir al cementerio, lo cual es bastante común
el día de todos los Santos.
Quizás es uno de los días que más alegre está el cementerio,
valga la redundancia, pues está lleno de flores y gente y parece más un lugar
de reunión social, donde siempre te encuentras a alguien, que lo que es por
definición un campo santo.
La
verdad es que también es un lugar de reflexión vital, donde te vienen muchas
ideas y en especial este año me vino a la cabeza si vale la pena estar
preocupado por todo o habría que plantearse el dejar de pensar en las absurdas preocupaciones.
En
general preocuparse es una manera de prevenir los problemas o posibles
problemas o simplemente una solución
para evitar las consecuencias de los posibles problemas.
En este sentido, desde el sentido común, un cierto
grado de preocupación nos ayuda a evitar o resolver algunas situaciones, la
preocupación exagerada, que nos impide relajarnos para disfrutar de la vida, no
aporta nada positivo a nuestra vida, sino todo lo contrario.
La
preocupación en el tiempo siempre debe ubicarse en el espacio presente, porque
no tiene sentido preocuparnos de cosas ocurridas en el pasado, por aquello de
que lo pasado, pasado está y no podemos modificarlo, salvo las consecuencias de
algo que aconteció y derivo el problema al presente.
No
se trata de vivir al pairo, pero tampoco estar tan agobiado por aquello que
suponemos o presuponemos que va a pasar, sólo debemos hacer el esfuerzo de
abandonar esos pensamientos negativos e improductivos que nos desestabilizan
una actitud positiva.
Al
final se puede trascender la preocupación al análisis de lo que la produce, si es
un problema y tiene solución, centrarnos en su resolución, y si no vale la pena,
vale la pena aceptar la situación y olvidarse.
En
este análisis hay que ser objetivos, pues siempre tendemos a exagerar la
realidad con presuposiciones y presunciones, que agrandan el planteamiento y lo
reducen al absurdo.
La
autoestima y el autoconocimiento, nos
ayudan a vernos y sentirnos nosotros mismos más grandes que el problema en
cuestión, y al final el control de la situación se reduce a tener confianza en uno mismo y saber que no
hay adversidad que no seamos capaces de superar.
La
consciencia de analizar cada situación nos ayudará a centrar con claridad los
matices que definen el problema y aunque a veces nos cueste ver esto con claridad,
estar bien y ser feliz son decisiones que se toman.
La
meditación y la relajación nos ayudan a aceptar desde una mente en blanco de
que el gran poder está dentro de cada
uno de nosotros, en nuestra mente y en
nuestra consciencia y tener claro que cuando
nos proponemos algo, solo debemos tener confianza en que lo podemos lograr y
hacer lo que corresponda para conseguirlo y dejarnos de pensar en absurdas
preocupaciones.
Ferrán
Aparicio
15 de noviembre de 2017