Hay términos y vocablos
conjuntos que cuando por causalidad aparecen en mi vida, me siguen
sorprendiendo y este es el caso, el de envidia cochina. El término no tiene
desperdicio, pues por una parte recalifica el propio contenido de lo que supone
la envídia a todos los niveles en la vida y lo mezquino que resulta su ejercicio natural, en cuanto
al término cochino.
La
envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene
algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos lleva a poner el foco en
nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en
ellas.
Lo
peor que genera la envidia como acto
recreativo es que nos regenera y crea el
complejo de inferioridad simplemente por la idea que de pronto sentimos que somos menos porque
otros tienen más, aspecto muy equivocado para los que ya buscamos el
minimalismo como sistema de vida por aquello de que es más rico quien menos
necesita y por aquello que se ha puesto tan de moda de que menos es más.
Es
destacable el conjuro de negatividad que
con lleva el término y la acción de la envidia, pues en cualquier caso
somos en muchas ocasiones incapaces de
alegrarnos de las alegrías ajenas de la misma forma que no somos muchas veces
capaces de entristecernos por las tristezas ajenas.
En el
fondo nadie es susceptible de haber sentido la envidia aunque sea de una forma
sana y no cochina alguna vez en su vida y es que la envidia como actitud suele
ser un espejo donde reflejamos nuestras propias frustraciones. Sin embargo,
reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos
canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso
que envidiamos.
La
trascendencia de la envidia cochina consiste en el hecho de transformarla en envidia
sana dejando de añorar el éxito ajeno
para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños.
El
secreto es muy simple y sólo se trata o
bien de simplificar querencias de carencias o en su caso contrario transformar lo que nos destruye por codicia
en lo que admiramos, construyendo a través del ejemplo externo. Al final todo
es tan fácil como dejar de luchar contra
lo externo, y utilizar la misma energía eso si positiva para para construirnos por dentro.
La
envidia, la de verdad, siempre es cochina, envidia no solo de querer lo que el
otro tiene, sino de ansiar que él no lo tenga, llegando al concepto en su máxima expresión, la que sentimos por
aquello que no podemos alcanzar y hacia aquellas personas a las que no
soportamos.
La
envidia en un sentimiento, es una energía y, como toda energía, produce cambios
en la realidad, es por ello que detectar aquellas personas que se sienten
atraídas por las cualidades de otra y van llenándose de su energía es un
objetivo claro y como siempre líbrese de su peor enemigo que del mío ya me
libro yo.
Ferrán Aparicio
25 de marzo de 2016