Dice el refranero
popular que no hay mayor desprecio que
la indiferencia y si lo piensas fríamente es bien cierto, si bien no es una cuestión
baladí, por los efectos que produce tanto en la persona que la emite como la que la recibe.
La
ley del hielo es un recurso muy
utilizado por personas que aparentemente gozan de un gran autocontrol y
presumen de ser racionales antes que intuitivos y constituye un ejercicio de violencia
pasiva, pero también es cierto que la indiferencia nos protege de la toxicidad
de personajes que no personas, que nos afectan con su conducta, desde un punto
de vista emocional.
La
indiferencia vital es a veces un recurso emocional que tiene como definición
conceptual a ese conjunto de comportamientos que tienen por objetivo ignorar al
otro, si bien en algunas ocasiones, la víctima de este tipo de conductas ignora
dicho conflicto, precisamente porque el otro no se lo ha expresado
abiertamente.
La
indiferencia vital tiene ese doble efecto por una parte de protección y por
otra de afección, según el objetivo que queramos conseguir, pero en cualquier caso puede
causar graves efectos en el otro y en caso contrario a nosotros mismos, si no nos
protegemos de las amenazas del agente tóxico.
Lo
que es bien cierto que aplicada con intencionalidad puede llegar a vejar a los
demás y no representan nada positivo para una relación, aunque en el fondo es
algo deseado intencionalmente.
La
persona a quien otro le aplica la ley del hielo o el estado permanente de indiferencia, puede
llegar a experimentar sentimientos negativos muy intensos, devaluándolo personalmente
e incluso anulándolo en el marco de un silencio duro y crudo, que la víctima no
sabe finalmente interpretar.
La
indiferencia es asociada al silencio, pero el silencio es sano cuando hay mucha
exaltación y se hace necesario hacer una pausa antes de agravar lo que sucede, pero
cuando se usa como medio de control o de
castigo, se convierte en abuso.
La
indiferencia está asociada a la insensibilidad, el desapego o la frialdad y no
hay que confundir la indiferencia con ser indiferente. Si somos indiferentes es que no nos importa nada, si bien nunca es posible conseguir aislar nuestras
emociones de esta manera.
La
vida está llena de momentos y circunstancias en la que optar por mostrarnos
indiferentes no siempre es lo mejor, pero nunca podemos dejar de sentir y también
podemos aplicar esa indiferencia vital para protegernos de la toxicidad.
Al final de la vida cuando vas peinando canas, te das cuenta que tanto la indiferencia
como ser indiferentes, son un recurso que nos permite elegir unos estímulos
para sentirlos o simplemente para apartarlos de nosotros.
Ferrán
Aparicio
1 de Febrero de 2018
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