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sábado, 25 de octubre de 2014

ANTES DE LLOVER, CHISPEA

ANTES DE QUE LLUEVA, CHISPEA

Muchas veces no tenemos ni idea de cómo interpretarán nuestras palabras las personas a las que van destinadas. Más que escuchar, los demás interpretan la información que viven sus ojos y escuchan sus tímpanos.

De ahí que en muchas ocasiones nos quedemos perplejos, u horrorizados, cuando descubrimos cómo los demás aprecian cuestiones relacionadas con lo que acabamos de decir que no podríamos ni tan siquiera imaginar.

Esta deriva hay que tenerla siempre muy presente, hablar asumiendo este riesgo. Lo relevante en la acción comunicativa no es lo que decimos, es lo que interpretan quienes nos escuchan, es por ello la importancia de ser conscientes de lo que decimos al mismo tiempo de la reacción que podemos producir.

Muchas veces esa interpretación intoxica el discurso, lo contamina de ruido, lo deforma intencionadamente, coloca una lente de aumento en el punto exacto donde para nosotros las palabras cobran menor importancia o un mero papel decorativo, y jugamos más con las metáforas o simplemente con la divagaciones que no tienen efecto retorno.

El mundo Kantiano afirmaba que: “vemos lo que somos”, en los días que vivimos con los nuevos medios de comunicación podemos agregar que a menudo escuchamos lo que previamente creemos que nos van a decir, es decir en cierta manera escuchamos no el contenido sino la preparación de nuestra respuesta.

Es cierto que uno y solo uno, es responsable de lo que afirma, no de lo que interpretan los que le escuchan, pero cuando hay desajustes severos en los significados que se comparten tarde o temprano uno acaba tocado.

Afortunadamente existen herramientas para saber si hay ligazón entre lo que decimos y lo que los demás creen que hemos dicho. Quizá la más efectiva sea el feedback, preguntar por nuestra información para saber cómo ha sido absorbida por nuestro interlocutor, o simplemente pensar y afinar nuestra pregunta para acertar la respuesta que recibimos.

No se trata sólo de hablar de un modo nítido y preciso, de que las palabras tracen la trayectoria exacta de su significado, sino de preguntar para averiguar si nuestro mensaje ha sido encauzado en la dirección adecuada. Formular una pregunta a tiempo puede evitar la emergencia de una comprensión extraviada y una conclusión equivocada.

Si la información es rica y la atención es pobre, se incrementan peligrosamente las posibilidades de que la información sea filtrada, enjuiciada, valorada y empaquetada en significados de forma errónea. Es por ello aquello que antes de llover,…, chispea, en cuanto que a la mínima expresión de un feedback poco coherente con nuestra intencionalidad debemos plantearnos que la acción comunicativa no es lo que decimos, es lo que interpretan y resulta un método muy eficaz para sortear equívocos.

Ferran Aparicio
25 de octubre de 2014