La verdad
es que si lo pensamos fríamente, el concepto de viaje puede asociarse a la vida
como continuo movimiento de nuevas experiencias donde desde la observancia
estamos viviendo el presente. Pero si vamos más allá cuando llegamos al mundo
somos hijos y esperamos mantenernos en esa condición toda la vida y la pura
realidad es que no es así.
Mientras vivimos cómodamente
en nuestra zona de confort, disfrutamos del regazo materno sobre el cual nos regocijarnos,
de los consejos sabios que nos apartan de la duda existencial nuestros padres y cuando ya somos mayores reconocemos nuestra
infancia en palabras y vivencias que nuestros padres nos recuerdan
cariñosamente.
Sin embargo duele reconocer
que no somos eternos y que nuestros
padres envejecen y empiezan a aparecer esas limitaciones que nos llevan a ser
padres de nuestros padres.
Es duro aceptar que a esas
personas que tanto queremos, pues como dice el sabio dicho popular, madre sólo
hay una y a ti te conocí en la calle , ver cómo se van degradando lo mismo que
nos pasará a nosotros, cuando lleguemos a su edad si es que llegamos , es reconocer que empiezan a suceder cosas como
repetir y reiterar las cosas , hasta empezar a perder el oído y tener que
forzar nuestra voz para comunicarnos con ellos.
Cuanto más pierden su vigor,
audición, memoria, más solos nos vamos sintiendo, sin entender por qué va
sucediendo a marchas forzadas lo inevitable, y es reconocer el conflicto
interior de que ellos no reaccionen al
envejecimiento de su mente y de su cuerpo, sin darnos cuenta de nuestra propia confusión
de que no tienen la misma conciencia que
nosotros, y aceptando que no tienen forma de impedir el paso de los años
y que tienen el derecho de sentirse realmente cansados.
Como reacción natural vamos haciéndonos
ceremoniosos por amor, intentando hablarles de aquello que es evitable y sin
querer empezamos a invertir los papeles de protección protegiendo a nuestros
padres de las desventuras de este mundo , transformando nuestro personaje pasando
a ser padres de nuestro padres , en el teatro de la vida.
Al final cuando cambiamos el
papel de nuestro personaje, nos empezamos a quedar de alguna manera huérfanos,
no siendo tan fácil de aceptar incluso si eres padre, pues nadie te prepara
para ser padre de tus padres teniendo que aprehender las peculiaridades de este papel para proteger a los que amas.
En medio de esto siempre llega el día que nuestros padres se transformen en
nuestros hijos a los que hay darles de comer , vestir , lavar y todo aquello que nos define como seres
humanos, interfiriendo en sus vidas, pero viviendo ese momento con toda
intensidad, pues la pura realidad es que no hay nada más grande que demostrar
tu capacidad de amar y retribuir el amor que la vida te ofreció en tu papel de
hijo.
Ferrán Aparicio
1 de
octubre de 2019