Hay frases que
directamente la relacionamos con su autor y es el caso de un hombre pegado a su
nariz y su autor Quevedo. Es bien cierto
que en diversos testimonios del tiempo se hallan referencias a su
ingenio, a su defecto visual y a su cojera, algo quizás contradictorio con el
desempeño de delicadas misiones
diplomáticas, a menudo en la Corte española al servicio del Duque de Osuna, por
parte de Quevedo.
Durante
su vida nunca deja de amistarse o reñir con variados personajes del momento:
amistades con Carrillo y Sotomayor y Lope, enemistades con Góngora, ni de
escribir asiduamente en los múltiples territorios literarios en que se mueve:
festivos, morales, políticos.
El
carácter especial de la transmisión de una parte de su producción en prosa y de
su poesía, su circulación en copias manuscritas, su impresión en ediciones
piratas o anónimas del S. XVIII, y las continuaciones generadas explican la
provisionalidad de muchos textos del corpus, que ha sido recuperada
recientemente, donde se rectifican numerosos errores de Astrana y se ofrecen
textos de confianza.
Todo
esto es debido a que la mayoría de sus
composiciones no se imprimen en vida ni bajo su vigilancia y se produce en
copias manuscritas ejecutadas por diversos editores para su inclusión en
antologías.
La
poesía de Quevedo expresa unas preocupaciones y actitudes que, en cierta
dimensión, son universales, pero no deja tampoco de ser universal en otra
medida la transmisión de una experiencia cultural, la del poeta, que se
comunica con sus lectores mediante la manipulación de un lenguaje en el que se
encuentra fijada la vida de una sociedad en un momento específico de su
historia.
La
virtud de acercarse a la literatura del
Siglo de Oro desde formas de pensamiento y hábitos de expresión, corresponden a
una mentalidad contemporánea de
prestigiar los significados "atemporales" de los textos
leídos, aquellos que apelan a cualquier individuo en cualquier circunstancia
histórica, pero se restringe la capacidad comunicativa del texto y para demostrar
esto, sólo hace falta releer “un hombre a una nariz pegado”, como siempre ,..,
sin más.
Érase un hombre a una
nariz pegado,
érase una nariz
superlativa,
érase una nariz sayón
y escriba,
érase un peje espada
muy barbado.
Era un reloj de sol
mal encarado,
érase una alquitara
pensativa,
érase un elefante
boca arriba,
era Ovidio Nasón más
narizado.
Érase un espolón de
una galera,
érase una pirámide de
Egipto,
las doce Tribus de
narices era.
Érase un naricísimo
infinito,
muchísimo nariz,
nariz tan fiera
que en la cara de
Anás fuera delito.
Ferrán Aparicio
25 de mayo de 2018