Todos sabemos desde
el sentido común de lo que hemos visto o aprehendido que una máscara o careta, es una pieza normalmente
adornada que oculta total o parcialmente la cara. Pero bien es cierto que las
máscaras se han utilizado desde la antigüedad con propósitos ceremoniales y
prácticos.
Los
etnólogos sitúan el nacimiento de la máscara en el momento en que se produce la
autoconciencia, conciencia de uno mismo y quizás y sólo quizás, ahí este el
secreto de la identidad de la máscara, tanto para los demás como para uno
mismo.
Su
uso se remonta a la más lejana antigüedad encontrándose entre los egipcios,
griegos y romanos, y de ellas tenemos grandes muestras en los museos de antropología,
independientemente de su expresión o finalidad, desde el sentido festivo hasta
el uso escénico.
Pero
hiendo a la esencia de máscara como conciencia de uno mismo o de los demás como
personas y personajes, que observamos desde la observancia, llegas a la
conclusión que las personas no cambian, lo que cambiamos es la máscara que
llevamos en función de la representación que tenemos en el teatro de la vida,
pues con el tiempo y tras varias escenas y varias etapas estructuradas como en
un obra de teatro, de acuerdo al principio, el nudo y el desenlace, le brinda
al observante desde la observancia, a entender la guía de la narración de la
historia efectiva de nosotros mismos y de las personas que nos rodean.
Las
máscaras como la teoría de las capas de cebolla, te llegan a demostrar que las
personas no cambian, en realidad nunca fueron como creías, y eso no es una
cuestión baladí, pues al final ya no sabes si realmente eres autoconsciente de
ti mismo y en especial de las personas que tienes en frente o simplemente te
rodean.
Aunque
a la máscara también se le llama careta, si lo piensas fríamente no es lo
mismo pues la máscara es aquello que
interpretamos o simplemente ocultamos tras un gesto y la careta se usa exclusivamente para cubrir el rostro y
disimular los rasgos de la cara.
La
pura realidad es que un día te levantas tras un dulce sueño y te das cuenta que
te encuentras frente a una máscara que
tras años de haber convivido con una persona, te das cuenta de cómo es en
realidad. Y es ahí donde se rompen muchos de tus sueños, tus ilusiones y
esperanzas, pues la máscara sólo ha sido el gesto de interpretación de una obra
teatral que es la propia vida.
Tenemos
que reconocer que nadie somos capaces de conocer en profundidad a las personas y aunque
con el tiempo, soy de los que piensan
que la vida nos pone a todos en nuestro sitio, te das cuenta que hemos idealizado
o simplemente hemos convivido con unas máscaras
de dimensiones extraordinarias.
Todo
el mundo tiene derecho a cambiar incluso a cambiar de máscara, pues cambian las
circunstancias, los ámbitos los intereses, pero incluso con la máscara más
bella no podemos olvidar que disponemos de una esencia inconfundible, de un
tipo de personalidad, integridad y valores que suelen y deben ser constantes en el tiempo.
Ferrán Aparicio
15 de junio de 2018
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