Ya destella
y resuena en las calles, la temporada de la magia de la navidad, con el
encendido de las luces, los cánticos navideños y demás parafernalia adherida a estas fiestas de paz
y amor y el árbol en el salón.
Para mucha gente es una
motivación religiosa la que existe detrás de estas festividades, para otros es
una motivación escéptica, pero en cualquiera
de las variantes, que no nos falte un buen pavo al horno y una copita de cava, eso si, el que pueda permitírselo , pero el problema que me
resuena es cual mi motivación respecto a todo lo que sucede a mi alrededor y de
lo cual no puedo pasar página, pues son parte del escenario teatral social de esta temporada hasta que pase la Epifanía del
señor.
La motivación como la pasión
son unos de los motores de la vida, todos queremos estar motivados, motivar a
alguien o simplemente que nos motiven. Por definición la “motivación” es lo
que explica el inicio, la dirección y el
mantenimiento de la acción, de una forma voluntaria incluso entusiasta.
La motivación también tiene carácter
entusiasta en cuanto que manifiesta nuestra voluntad, y aunque parece que
voluntad y motivación tienen el mismo significado, la realidad es que cuando le
añadimos colores, texturas, formas,…, incluso adjetivos que los acompañen, pertenecen
a dos enfoques totalmente diferentes.
Las diferencias pensadas en
frío y con perspectiva de nuestras propias circunstancias es que la voluntad
decide la acción y la motivación explica
de alguna forma el comportamiento.
El problema es que si no estamos
motivados no ejercemos la acción, lo cual es incierto y surge la idea de la motivación escéptica,
aquella por la que de una forma voluntaria hacemos algo por costumbre sin ir
más allá de su sentido o de lo que representa.
Cuántas veces hemos
tenido que oír aquello de que tienes que
hacer lo que debes hacer, aunque no tengas ganas, o en su caso no te apetezca, bien
de una forma externa o bien nuestro pepito grillo que nos lo recuerda como mensajero de nuestra propia conciencia, y
al final te convences que es mejor estar motivado para hacer o vivir las cosas
o situaciones.
Con la Navidad sucede un
poco lo mismo, el interés, el ánimo, la energía, favorece su desarrollo
independientemente de tu posicionamiento.
Al final el deber es un
recurso que entra en juego cuando la motivación desfallece y tan sólo se trata
de motivar, animar, ayudar y estimular
el sentimiento de la navidad. Así mismo aunque parezca todo lo contrario,
pienso que el deber no es contrario a la libertad, sino un factor imprescindible
para libertad y la convivencia justa.
El deber es en definitiva un marco de
seguridad que nos salva cuando la motivación no funciona.
Les animo a fomentar la motivación
o el entusiasmo navideño, pues aunque no queramos en el teatro de la vida, la
escena continua y al final solo se trata de encontrar el sentido a las cosas.
Ferrán
Aparicio