La prudencia es un valor que muchas veces despreciamos o ignoramos porque pensamos que es el más aburrido, sin contar que a menudo confundimos la valentía con la temeridad ignorando que la línea de prudencia que los separa es muy importante.
El valiente considera sus miedos, el temerario los desprecia y nos los calcula, es por eso el valiente rara vez pierde, por eso el temerario suele terminar siendo victima de su escasa percepción de riesgo.
Cuando una persona es imprudente, los demás dejan de confiar en ella ya que si no es respetuosa con quién está criticando delante nuestra, tampoco lo será con nosotros cuando esté con otras personas.
Las personas prudentes, de cara al exterior, se muestran respetuosas con los demás. No cuentan secretos, ni critican ni provocan que los demás se sientan incómodos y sin saber a donde mirar, es por el contrario que las personas prudentes suelen tener unos lazos de amistad muy estrechos, ya que se puede confiar plenamente en ellos y esa es precisamente la sensación que proyectan.
Una persona prudente es reflexiva y sabe cuándo tiene que decir las cosas, en qué contexto y en qué momento. razonando las posibles consecuencias que pueden tener sus palabras.
A veces metemos la pata y no pasa nada. Errar es humano y lo importante es aprender de ello y pensar antes de hablar la próxima vez. Aunque en nuestra memoria queden grabados de manera más profunda los momentos en los que no dijimos lo que queríamos decir, son más frecuentes los momentos en los que nos equivocamos por hacer lo contrario.
Las personas que estiman la prudencia también suelen ser personas empáticas. Se dan el espacio suficiente para ponerse en el lugar del otro, lo que hace que puedan llegar a niveles más profundos de intimidad. Además, una persona prudente suele contar con otros valores asociados a la prudencia, como el respeto y la lealtad.
Debemos de pensar primero si las personas que tenemos enfrente quieren escuchar lo que pretendemos contar, si es relevante para la situación en la que estamos y si no es mejor guardárnoslo para nosotros mismos.
Si vas a contar una intimidad de alguien o un secreto que se te ha sido confiado, piénsalo dos veces e intenta no contarlo. Si cuentas un secreto, los demás pensarán que no sabes guardar secretos y no volverán a confiar en ti porque darás una imagen de persona desleal...
Piensa si tienes el permiso para contar lo que vas a decir y si no tienes permiso para hablar algo que te han contado, sencillamente no lo hagas, pues no eres el dueño de esa intimidad, por lo tanto, deja que sea la persona protagonista la que la cuente, si es que quiere hacerlo, pero no tú.
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Ferran Aparicio
30
de Marzo de 2025