En términos generales, la prudencia es una actitud de sensatez, cautela y buen juicio que antecede a una acción o a una decisión, a fin de evaluar correctamente los riesgos y elegir la mejor de las opciones disponibles.
A las personas que exhiben este tipo de conducta se las llama prudentes, y a quienes demuestran todo lo contrario, o sea, quienes actúan sin pensar en las consecuencias, se les denomina imprudentes.
La palabra “prudencia” proviene del latín prudentia, término compuesto por las voces “pro” que significa “antes” y “videntia” que significa “visión”, “contemplación”. De manera que la prudencia consiste en la capacidad de contemplar de manera anticipada las posibles consecuencias de las propias acciones.
Las personas prudentes son aquellas que evalúan los peligros y las consecuencias antes de actuar, y que por lo tanto pueden evadir los riesgos innecesarios. Con este sentido se usa el término en el ámbito de la economía: el “principio de prudencia” es el criterio de contabilización de beneficios de una empresa o iniciativa con fines de lucro, que presupone la necesidad de crear una reserva (un ahorro) de recursos con los cuales enfrentar futuras situaciones difíciles y así evitar resultados catastróficos.
Sin embargo, un exceso de prudencia puede resultar dañino, pues bordea el temor, el miedo y la timidez, y puede conducir a la parálisis y la inacción durante momentos en los que se requiere de decisión y determinación.
Son sinónimos de “prudencia”: cautela, cuidado, sensatez, racionalidad, consideración, reflexión o detenimiento. Por el contrario, son antónimos: temeridad, imprudencia, irresponsabilidad e indolencia.
La prudencia es un valor que muchas veces despreciamos o ignoramos porque pensamos que es el más aburrido.
Por otro lado, a menudo confundimos la valentía con la temeridad ignorando que la línea de prudencia que los separa es muy importante.
Las personas prudentes, de cara al exterior, se muestran respetuosas con los demás. No cuentan secretos, ni critican ni provocan que los demás se sientan incómodos y sin saber a donde mirar. Al contrario, las personas prudentes suelen tener unos lazos de amistad muy estrechos, ya que se puede confiar plenamente en ellos y esa es precisamente la sensación que proyectan.
Las personas que practican la prudencia no temen los silencios y no necesitan rellenar la conversación con un monólogo superfluo para que los demás estén pendientes de él. Son personas que saben escuchar y respetan los turnos de palabra, algo que es muy importante si queremos que los demás disfruten del tiempo que comparten con nosotros, es por ello que podríamos hablar del arte de la prudencia
Ferrán Aparicio
30 de octubre de 2024
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