El otro día revisando y organizando
las fotografías de toda una vida, cosa que les recomiendo, pues aun siendo muy
aficionado a la fotografía, reconozco públicamente que por vagueza o como
decimos todos por falta de tiempo, no lo suelo hacer muy a menudo, me encontré
que en todos los viajes siempre había
ido a parar al cementerio local, como un punto de referencia de la endosicrasia
de un pueblo.
Lo más chocante es después de capturar las imágenes
de nuevo llegué a pensar, cuan diferentes eran todos entre si, desde el cementerio
de “La recoleta” en Buenos Aires donde la ostentosidad del estilismo arquitectónico sorprende al
visitante al de Santiago de Chile donde
los nichos se multiplican en alturas como si de bungalows se tratara, pasando
por la sobriedad de Perú o los escandinavos donde no existen cruces sino piedras
con nombres, sobre un mar de césped o nieve en invierno.
Pasear por los cementerios, sea cual fuera
el lugar, ciudad o nacionalidad, da una sensación de bienestar en primer lugar,
porque tienes la sensación de estar vivo, si lees los epitafios te das cuenta como
de distintos somos todos y sobre todo porque encuentras tu propia soledad y la
de los demás en un principio de igualdad de destino, que no tiene limite ni de físico,
sexo o edad.
No hay mayor soledad que la que transmite
un cementerio y allí no hay nada más que símbolos que reflejan a los difuntos y
mucha materia orgánica sin espíritu ni alma.
Yo soy de las personas que creen en la
inmortalidad del alma y como tal creo en su liberación tras la muerte del
cuerpo y estando el espíritu libre de su atadura carnal, solo queda lo supuestamente
orgánico, sin embargo es el único elemento pseudo tangible de la memoria del
difunto y por todo ello me merece su correspondiente respeto y de ahí la paz y
soledad que se respira entre nichos y mausoleos.
Es bien cierto que en contra de la soledad
y espiritualidad del cementerio, está el negocio de la muerte bien sea por cremación;
bien por entierro y es que hasta para morirse hay que recurrir a la dignidad
del dinero por la parafernalia y negocio
que gira alrededor de la muerte, pero también es cierto que hoy por hoy cada
uno es libre de elegir como quiere acabar; si al libre albedrío del sus cenizas al viento de donde le place, bien
antes pasado por el horno ó enterrado serenamente en el lugar elegido, normalmente
nicho o panteón familiar, pues con la crisis está de moda las reducciones y hoy
en contra de lo que sucede con las viviendas cada día cabemos más en ellos y hasta la Iglesia aconseja vivamente
que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos;
sin embargo, no prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por
razones contrarias a la doctrina cristiana.
En fin, esta es la historia de cómo hemos
cambiado de concepto cada uno de
nosotros en cuanto como acabar nuestros días, pero en contra de nuestra canción:
“Eleuterio, Eleuterio, siempre triste siempre serio,..” les animo a ser felices
y alegres , pues al final de una forma u otra , nuestras almas acaban en el mismo
sitio.
Ferrán Aparicio
20 de
Junio de 2016