Hay
días en el año que de alguna forma relucen de una forma especial y entre ellos
se encuentra el día de Navidad, nos guste o no nos guste.
Desde un punto de
vista agnóstico la navidad significaba la celebración del solsticio de invierno
en el hemisferio norte, para los cristianos, el nacimiento o pasión del niño
Jesús recién nacido, en ambos casos se revive como algo nuevo, pero en ambos
siempre hay luces por navidad.
La navidad por sí misma es
una época llena de connotaciones pues todos y digo todos, incluso los
agnósticos y muy escépticos de alguna
forma hemos tenido que oir resonar campanas, villancicos y ver luces de
navidad en algún momento y es que en
nuestro entorno siempre hay algún símbolo que nos recuerda que estamos en
Navidad nos guste o no nos guste, la celebremos o no la celebremos.
Y es que resulta imposible en un ámbito occidental y ya en
muchos no tan occidentales donde el arraigo misionero llegó por excelencia, el
no poder ser invadido por luces de colores, adornos, árboles de navidad y como
no y más al norte hacia el sur, de la invasión de Papa Noel que llegó de
repente sin haberlo llamado a nuestras vidas.
La comida, el abeto, el
Belén o los adornos son acontecimientos u objetos simbólicos comunes a todas
las familias, que sirven para dar sentido a estas fiestas, y cada una los
apropia organizándolos a su manera y atribuyéndoles sus propios valores, pero
la luz, las velas y otros adornos son los que
participan para dotar a dar una atmósfera mágica.
Las fiestas de navidad
siempre tienen la misma secuencia y es que después de haber pasado por una
nochebuena en que los excesos han hecho su aparición en la mesa familiar, se
llega en pocas horas, la hora de volver a compartir mesa de nuevo con familia
bien natural bien política con sus correspondientes intercambios de regalos
simplemente por la obligación del calendario y como siempre de una manera
rutinaria, lo cual por sí mismo es un exceso, el que se lo pueda permitir, y
hasta al cuerpo humano le llama la
atención.
El problema general surge
cuando en la mesa nos faltan personas que nos han creado nuestra navidad
especial y a las que echamos de menos y
pasamos de ser el personaje estrella a personaje de segunda generación bien porque hemos accedido
a la paternidad , bien porque
disfrutamos de los niños de los demás.
La navidad perdura y
perdurará, independientemente del posicionamiento que tenga la sociedad, la familia
o el individuo pues como testigo y
muestra heredada de la generación anterior trasciende de su contenido como una
etapa más en el sosticio de inviernbo , que queramos o no sucede todos los
años.
La magia de la navidad
queramos o no queramos nos sirve para unir familias, que con su magia y su luz,
nos posiciona ante el mundo y a nosotros mismos ante él y ante nuestra familia, como siempre sin más.
Ferrán Aparicio
25 de Diciembre de 2015